sábado, 28 de junio de 2008

Pendejo,pendejazo y pendejerete


El pendejo nació así. Desde pequeño sacó siempre ventaja. Los retos de la juventud lo confirmaron y las dificultades de la adultez lo consagraron. Reza el dicho “Lunarejo pendejo hasta viejo”. No tanto por lunarejo, sino por pendejo, porque el pendejo es invariable e irreductible, incorregible e indomable. La pendejada es una aptitud y una actitud. No cualquiera puede ser pendejo. Se dice que para eso hay que tener calle, es cierto, pero además de lo que venimos hablando, una disposición genética para ser inescrupuloso e irresponsable, aunque puede ser –y a menudo lo es-malvado, avieso. La pendejada no cesa, siempre el pendejo está en actitud de joder y sacar ventaja de los demás. Un pendejo sin pendejada es un cántaro vacío, un río seco. Pero hay pendejos que se ven obligados a portarse como caballeros y son cínicos, suelen señalar o delatar la pendejada ajena y pasar desapercibidos. Si quisiéramos ser puntuales podríamos decir que la más grande pendejada es pasar por cojudo. El pendejo más peligroso es el pendejo inactivo. En el momento en el que empieza a ser él mismo es terrible, es capaz de cualquier cosa. El pendejo se ve a si mismo como un ser afortunado y ha menudo lo es, o resulta siendo así porque la sociedad peruana es benévola con el pendejo y la pendejada. Incluso a menudo la celebra. El pendejo, hay que decirlo ya, es la versión criolla del pícaro, del buscavidas, del sinverguenza. En el Perú el pendejo puede equivaler a pícaro a veces y entonces tenemos un sinverguenza gracioso, cuyas malandrinadas son materia prima para los chistes. Pero a menudo el pendejo en el Perú no es gracioso, sus malas acciones dejan una estela de sinsabor, de frustración , de engaño, de perfidia.
El Perú admira al pendejo porque lo considera un triunfador. En la adolescencia ser pendejo es una virtud, ser cojudo, quedado, lorna o nerd un defecto o una tara. Hay en el inconsciente la idea de que en este país solo triunfan los pendejos y si uno no lo es, puede llegar a la cima pero con mucho sacrificio, muchísimo más que lo que le costaría a un pendejo o zamarro de siete suelas. En cambio es posible que si aplaudámos al pendejo que llegó a la meta con gran ingenio y malas artes.
El pendejazo es un pendejo que hizo historia, algo así como un estafador que arrasó con el ahorro de miles con la modalidad de la pirámide, o el banquero que logró que a la ruina de su banco acudiera el Estado para salvarlo, o el político mendaz y ladrón que termina dictando conferencias por medio mundo en plan de estadista global. La gran pendejada no solo no merece la persecución de la justicia y la cárcel, sino que se convierte en una hazaña digna de emulación por las juventudes trastornadas de este tiempo.
El pendejerete es una versión light, edulcorada, con sacarina, del pendejo. El pendejerete tiene actitud de pendejo, pero no tiene aptitud para pendejo, le faltan condiciones, reflejos, concha. El pendejo hace las cosas bien, jode de verdad, el pendejerete muere en el intento muchas veces, su pendejada se descubre, incluso puede merecer burla. Al pendejo se le admira y también se le condena, al pendejerete se le desprecia. El pendejerete a menudo queda al descubierto por pretender ser demasiado pendejo, error en el que un pendejo auténtico nunca caería. El pendejo sabe cuanto jode , a quien y en que momento. El pendejerete es impertinente. No sabe con quien se mete y ni en que oportunidad. El pendejo siempre está ya lejos cuando ya uno quiere castigarlo o devolverle la pendejada, el pendejerete deja todas las huellas posibles y pone el poto para que se lo pateen.

domingo, 22 de junio de 2008

Amar sobre ruedas


Hace algún tiempo ví en un programa televisivo nocturno un reportaje sobre las parejas que van en carro a la Costa Verde a practicar sexo. Me preguntaba cómo es posible que haya tan poca imaginación en la TV. Los mismos asedios idiotas a las parejas y a los vigilantes de las playas, las mismas preguntas bobas de siempre. La gente quiere ver acción, algo fuera de lo común, no seudo audacias de reporteritas que lo único que pueden pescar allí es un resfrío. El guante que le caiga también al manganzón o manganzona de la productora que nos quita tiempo con algo tan aburrido como una cámara que pretende fisgonear, pero que no hace otra cosa que molestar a los jóvenes y no jóvenes, en su sana y legítima expansión amorosa.
¿Por qué con tantos hostales –de precios para todos los bolsillos- las parejas se arriesgan a hacer el amor en la playa, corriendo el riesgo de ser asaltados por depravados o la televisión imbécil ? Bueno, para empezar, creo yo, está el asunto del tiempo y el apuro, luego el temor a ser identificados y, finalmente, ese secreto sabor a travesura, a ludismo, que supone sacarse la ropa íntima en un carro. Es decir, mezcla de exhibicionismo mínimo y desenfado máximo.
La incomodidad del carro es muy placentera, muy cómplice, muy excitante. El ruido inevitable del exterior, la sal marina raspando nuestras narices frías elevan la libido. Luego la recompensa de lo cálido y lo húmedo, nos elevan a un nirvana de octanajes. ¡Miren como se mueve el auto! exclama la reportera fronteriza. Claro, pues, si adentro se produce la más emocionante batalla de la humanidad, la batalla de los sexos contrarios.
Como ustedes comprenderán, se produce un paréntesis, un estarse fuera de la galaxia, cuando la pareja está unida en esta cópula al paso. Entonces se olvidan de que están en un automóvil en la Costa Verde. Luego viene el orgasmo, el desmayo de los músculos, la derrota del macho y recién en ese momento se dan cuenta que han hecho el amor en un lugar inadecuado. Más tarde hacer que el papel higiénico haga milagros, que el olor del amor se desvanezca, cosa imposible de lograr, y que, como dice la canción, no quede huella.

martes, 17 de junio de 2008

Viaje a China (17/6/2008)


A quien camina por Paruro o Capón, y frisa medio siglo, inevitablemente lo asaltan las imágenes del Barrio Chino en todo su esplendor, allá a mediados de los cincuentas. Cocinerías y pulperías por doquier, y en el aire la franca sonrisa mercantil, el español torturado por el cantonés. Hoy, comenzado el nuevo siglo, esto un dato de la historia o una anécdota para entretener nietos aburridos.
Otros barrios populares de esa Lima ya ida, albergaban infinidad de increíbles almacenes de ultramarinos y productos nacionales, todo tan bien ordenadito, tan amigablemente bien dispuesto tras mostradores o vitrinas altas como órganos de catedral. En las pulperías chinas uno podía encontrar desde vino hasta lumbre.
El chino del barrio era un personaje querido, simpático, pero extraño, forastero, a menos que se casara con una peruana y lanzara al barrio algunos injertitos. Como se mantuviera en el círculo de sus connacionales, proyectaba el halo de definitivo misterio que suelen proyectar todos los orientales en estas tierras. De niño estaba yo casi seguro que tras la trastienda había un mágico túnel o corredor por donde se llegaba a China. Los pulperos del barrio iban a dormir a ese lugar al cerrar la tienda y al día siguiente, a las seis de la mañana, regresaban al Perú a vender.
Uno de los expedientes más socorridos de mi madre cuando me portaba mal, era acusarme con Juan, el chino de la esquina. Este me miraba fijamente, fingiendo reprobación, y luego me espetaba: “Si tu poltal mal, yo capal”. La amenaza que venía de ese hombre alto, flaco y de ojos rasgados no la tomaba a broma: un frío mortal recorría mi pequeño cuerpo de la cabeza a los pies. La razón de este miedo infantil era el conocimiento de la destreza de Juan para usar un filudísimo cuchillo con el que cortaba , con pasmosa rapidez, chancho asado o algún embutido.
A veces Juan me descubría observando la operación de corte y me enviaba de soslayo una sonrisa maligna, que yo interpretaba como una suerte de aviso prejudicial.
Lo más extraño de los chinos sin duda era su enrevesada lengua. Cuando conversaban entre ellos yo me quedaba embobado, tratando de explicarme por que Dios había sido tan cruel con esta raza y en vez de darle un lenguaje humano como el nuestro, le había proporcionado para su comunicación un sistema de sonidos complicado y feo.
Cuarenta años más tarde, me encontraba en un bus que recorría la ciudad de Beijing. Por un túnel distinto al de la trastienda había llegado al país de Juan. Mientras conversaba con otro peruano, en mi fresco español de Chacra Colorada, constataba el asombro enorme de una niña china de 8 o 9 años. Tenía la boca abierta y seguramente pensaba con tristeza en nosotros los hispanohablantes, hombres de palabras que se arrastran, sin la lógica, ni la eufónica belleza de los monosílabos de su lengua materna.

lunes, 16 de junio de 2008

Tristes espectáculos en la ciudad (16/6/2008)


A ratos la ciudad se convierte en una feria de espectáculos crueles. A ella asistimos con miedo, compasión o indiferencia. Uno de esos espectáculos lo brindan reales o ficticios ex drogadictos que premunidos de una canastita de caramelos de 10 céntimos asaltan las ventanas de los automóviles, ofreciendo su mercancía. Vender inocentes dulces, en vez de atracar, es su manera de probarnos, en estos tiempos de desempleo creciente, que su arrepentimiento es sincero e inobjetable.
No hay microbús o combis que no sea abordado en una ruta más o menos larga, por una decena de vendedores de dulces, lapiceros o ingeniosos artilugios de procedencia mayormente china. A ellos se suman uno o dos interpretes de música peruana o latinoamericana, jóvenes o infantes, enteros o mutilados. Para acopiar el precio de un menú de tres soles, o sea una comida diaria, deben abordar decenas de vehículos y repetir historias o canciones hasta el hartazgo.
Algunas veces he observado con detenimiento a estas personas que repiten textos o tonadas con la mirada perdida, como insólitos aparatos reproductores de sonido con apariencia humana. Eso sucede mayormente en el viaje de regreso, por las noches, cuando el agotamiento no solo es del chofer y los pasajeros, sino de estos infelices que ya han perdido conciencia de todo y simplemente se dejan llevar por una suerte de piloto automático.
En algunos cruces de avenidas nos esperan pequeños malabaristas y hasta adolescentes tragasables y botafuegos. Ya no saben qué hacer para asombrar al pasajero, y ganarse la vida . Ahora compiten con los circos, que como los viejos cines han entrado en decadencia. No asombraría ver uno de estos días a un desarrapado haciendo atravesar un aro a un león desdentado al final de la Vía Expresa. Cosa de locos.
Pero los potenciales compradores o colaboradores, ya curtidos por tantos timos urbanos, o simplemente aburridos por la sobreoferta de mendicidad imaginativa, se muestran a menudo reacios a comprar o colaborar. Más aquellos que en otros tiempos hubieran articulado una respuesta violenta y antisocial, como un escupitajo en el parabrisas, o una rayadura en la carrocería, se retiran con la serenidad de un Gandhi. Pienso que quien tiene que acallar de esta forma el rencor, en realidad no hace otra cosa que madurar dentro de sí una rabia más grande, y de pronóstico reservado.
Otro espectáculo impío es el de esas jovencitas que probablemente han concluido carreras de computación o de enfermería y que, en minifalda, tienen que anunciar menús en medio de la acera, expuestas a todo. Chicas con atributos físicos más contundentes atienden en cafés frecuentados por caballeros mayores que juegan al Casanova instantáneo.
Los dueños de pequeños establecimientos comerciales son por lo general gente endurecida por una competencia despiadada. No se trata en el fondo de vender más, sino de sobrevivir, con lo que termina borrándose la siempre precaria frontera entre la economía de mercado y la economía de la jungla. Mientras más pequeño es el negocio, más pequeño es el corazón del propietario. El que trabaja en un gran almacén no siente la explotación como el que labora en un cafetín o en un pequeño bazar. Los pequeños comerciantes tratan de obtener de la mano de obra el máximo de provecho, sin detenerse en consideraciones de ningún tipo. Por eso esas muchachitas son obligadas a acosar a los viandantes.
Son espectáculos tristes de esta Lima cada vez más horrible.
*Foto tomada del Blog "Rómpete el ojo"

domingo, 15 de junio de 2008

Esquirlas publicadas antes del año 2000


NO HAY MUERTO MALO
Cuando alguien en el Perú se muere es como si toneladas de tierra cayeran sobre la memoria colectiva. Por eso se dice que aquí no hay muerto malo. Al muerto le concedemos esa inmensa gracia que no concederíamos ni al más noble y santo de los vivos; nos olvidamos automáticamente de aquello que pueda macular su biografía.
En los entierros de algunos canallas he podido escuchar a improvisados oradores, que en vida del difunto nunca se presentaron como amigos de éste, decir maravillas del ausente a tal punto que, confundido hasta las cachas, he pensado que no era ese el entiero al que estaba citado. O peor aún, abrumado por el repentino conocimiento de virtudes que nunca supuse adornaran a semejante pecador, me he preguntado, sencillamente, si conocía al occiso.
He llegado a la conclusión de que las palabras y los homenajes con que despedimos o nos referimos a los muertos son como las flores, simplemente una costumbre y una piedad al por mayor, sin mucho costo.
Si ya se fue, si ya reventó y va a dejar de fregar al género humano, despidámoslo como no se merece. Esa parece ser la lógica que está en la base de nuestra inautencidad y nuestra hipocresía. Porque si fuéramos sinceros no dijéramos nada, incluso mandaríamos unas pobres flores marchitas que es todo el tributo que se merece quien en vida nunca iluminó nada y más bien echó sombra a otros. Más lógico aún sería no asistir a los sepelios y dejar a estos muertos solos con la tierra, la pala y la atenta mirada de Dios.
Y es que recuerdo un versículo de Proverbios: " Todo hombre es limpio y justo según su propia opinión, pero Jehova pesa los espíritus." Así, pues, ni lo que el difunto haya dicho de sí mismo ni lo que puedan decir quienen lo despiden podrá servir de mucho.
Pero estoy seguro que esta costumbre continuará y que algunos muertos que no lo merecen se seguirán beneficiando de una suerte de amnistia que decretamos para convencernos de que perdonamos a nuestros deudores siempre y cuando se mueran como es debido.
Y cuando se muere alguien importante que no fue nunca buen cristiano (es un decir) hasta le ponemos su nombre a una calle o una plaza. No hay, pues, muerto malo en el Perú.


LOS PARQUES
No sé mucho de parques, o mejor dicho sé tanto como cualquier cristiano que no es ni arquitecto, ni urbanista, ni ecologista. Todo lo cual no me impide entender que los parques sean necesarios para los humanos que viven en urbes como el emigrar para ciertas aves.
No sólo es la nostalgia del bosque primigenio sino el indispensable paréntesis de verdor, paz y aire limpio, en una continuidad de concreto, bullicio y smog lo que hace que los parques sean tan estimados.
Lima es una ciudad sin parques, los ha ido perdiendo como pierde el pelo un hombre con stress. Una ciudad que crece desmesuradamente, sin ninguna planificación, con mil problemas, ha visto desaparecer esos espacios de relax y sosiego rápida, inexorablemente. A pesar de las campañas de muchos románticos. Más ha podido la desidia edil.
La función social que cumplen , o cumplían los parques, es muy compleja. Para los más pobres es un sucedáneo de un día de campo; hay gente que lleva refrescos y sánguches a los pocos parques que quedan y aunque parezca mentira disfruta enormemente del pasto mezquino, descuidado, amarillento y de esas tristes palmeras que fueron precisamente escogidas por su capacidad para resistir todas las adversidades.
Los parques son también para el amor. Quién no ha caminado de la mano de su pareja, dando vueltas y vueltas, bajo los árboles cómplices, quien no se ha tendido sobre la hierba y ha robado una caricia prohibida, amparado en la oscuridad propicia.
Recuerdo el Parque de la Reserva, hoy en ruinas y tomado por fumones, sátiros, y pirañitas. Era un hermoso parque con estanque y con patos, con tías jóvenes que lo sacaban a uno a dar un paseo nocturno, a tomar aire, para encontrarse con el enamoradito.
A los parques también concurren quienes tienen que tomar una decisión importante, grave. Es esa gente que camina sola, que se sienta en las bancas y mira el cielo, no mira nada y uno sabe que tiene un problema o que está al borde de la desesperación. El marido engañado, el hombre con deudas impagables, la mujer con una enfermedad incurable, el adolescente que se peleó con el padre y se fugó de casa.
El parque tranquiliza, es un refugio. Esto debieran entenderlo mejor los alcaldes que autorizan echar cemento encima de lo verde. Ya la gente no sabe dónde refugiarse y pronto la sensación de estar enjaulados como los simios del Parque de las Leyendas será cosa corriente.


LAS VENTAJAS EQUINAS
Hay días en los que me gustaría convertirme en caballo. ¿No le ha ocurrido a usted algo parecido, amable lector? Hay jornadas tan insufribles por causa de nuestra humanidad que uno piensa si vale realmente la pena caminar en dos patas, tomar té y pastitas, o despacharse un buen bife con papas fritas, porque a cambio de esos privilegios de una especie evolucionada como la nuestra, debemos de soportar cosas terribles.
Primero encontrarnos a mitad de mañana y de calle con gente antipática que nos detiene, sabiendo que estamos apurados, para comentarnos hechos que para nosotros no tienen ninguna importancia, zonceras de sobremesa.
Entre unas de las ventajas ecuestres está el indiscutible hecho de que los caballos apenas reconocen a otros caballos, y en el hipotético caso de que se produzca un encuentro entre viejos conocidos, apostaría a que nadie en su sano juicio ha visto a dos jamelgos conversar en medio de la acera. Y menos de un nuevo diente aparecido a la dentadura del crío.
En una formación en columna los caballos ni se atropellan ni se empujan como ocurre con la gente en los bancos o en cualquier cola de supermercado.
Los caballos no tienen necesidad de leer algunos papeles manchados de tinta cuyos directores o propietarios tienen el descaro de llamar periódicos o diarios ,y donde la estupidez, la arrogancia o la maldad suelen enseñorearse. Los cuadrúpedos no necesitan sino poner en funcionamiento su simple olfato para saber cómo está el día.
Es más probable que un camello pase por el ojo de una aguja que un caballo conteste un teléfono. Y en verdad esa es otra ventaja que envidio a estos animales porque estar pegado a uno de estos aparatos resulta un infierno.
A los equinos no les interesa ni la cotización del dólar ni el "efecto tequila" y mucho menos los pronósticos apocalípticos
de ciertos economistas. Entre paja y heno duermen sin sobresaltos, sin ambiciones de especulador ni angustias de pequeño empresario.
Se pierden cosas maravillosas, es verdad, como Proust, Faulkner,Balzac o Saint John Perse, pero a cambio de ello ningún caballo, que yo sepa, ha sido torturado con la lectura de una novela terrible o una poesía intragable.
Y en cuanto a las relaciones con el sexo opuesto, no conozco corcel que haya sufrido de amores por una cola inalcanzable.

LOS HIJOS NATURALES
El otro día leí en un periódico importante una semblanza de un ex-presidente peruano de principios de siglo XIX, en una prosa fluida y hasta elegante, apoyada por una innegable versación histórica, pero que estaba atravesada de cabo a rabo por un aliento pasatista y aristocratizante insoportable.
Para mejor dibujar al personaje, descendiente de linajudas familias peruanas, y con el objeto de explicar su bonhomía, se le contrastaba con otro ex-presidente del que decía, sin el menor empacho, que tenía "orígenes oscuros" y al que se presentaba, obviamente como un patán.
Por orígenes oscuros lo primero que uno entiende es que haya sido "hijo natural". Y esa denominación es una estupidez pues no hay "hijos artificiales". Claro, antes "hijo natural" equivalía a "hijo ilegítimo", es decir producto de una unión no matrimonial y con todas las de la Ley. Pero ahondando más en el asunto lo de "oscuros" nos puede llevar a pensar que el aludido y maltratado ex-presidente, fuera hijo de una dama non santa.
Todo esto me hace recordar una anécdota que contaba Luis Alberto Sánchez a propósito de las preocupaciones de cierta gente por orígenes oscuros o radiantes.
La cosa ocurrió hace 30 o 40 años durante un ardoroso debate en el parlamento colombiano. Un cretino, miembro de esa institución, y al parecer muy orgulloso de proceder de "familias decentes" no encontró mejor manera de salirle al paso a los demoledores argumentos de su contrincante, un diputado de orígenes populares y hasta "oscuros" que recordarle, en un ejercicio de mal gusto y peor corazón, a éste el hecho de que procedíera de una unión natural.
Con agudeza sin par el aludido le respondió simplemente que era verdad la especie que circulaba sobre sus orígenes y que esa situación le enorgullecía, pues se sabía "hijo del amor y no de la costumbre".
El respeto a las tradiciones y las costumbres, y los titulos nobiliarios, jamás podrán garantizar el amor de los padres que es condición fundamental, no para que uno crezca físicamente -para eso están las vitaminas- sino mental y espiritualmente.
Pero de todo esto lo increíble es que en pleno 1995, a cinco años del nuevo siglo y en un país como el Perú, lleno de gente sana y natural, a alguien se le ocurra resucitar fósiles culturales con una inocencia conmovedora.

SI EN LIMA NEVARA
Nunca Lima se ve más hermosa y auténtica que cuando una persistente garua invernal entristece el cielo y absorbe el poco color de la ciudad, envolviéndolo todo como con un gas. Las calles y el asfalto brillan como el pelo de un muchacha morena que recien ha salido de la ducha.
Esa precipitación pluvial mezquina, risible, cobra un efecto mayor que si lloviera a cántaros como ocurre en Buenos Aires o Copenhague. Es la inminencia de algo, es el agua de algún diluvio fallido, de alguna broma de tempestad que acaso puede algún día ser cierta.
Las gentes se apuran, evitan mojarse y es todo una parodia de ciudad bajo la lluvia.¿Qué lluvía? Pero la tristeza es cierta, no tanto tristeza, vamos, melancolía. Y si queremos ser exquisitos, su pizca de saudade, de breve desolación se apodera de algunos viandantes.
Pero en la ciudad destrozada por un enemigo implacable, que cada día destruye algo de modo irreparable, no existe un café para guarecerse y soñar una lluvia de verdad y una hermosa mujer llegando con un impermeable amarillo o rojo.Y uno maldice, no tanto la lluvia ridícula, sino la ausencia de una escenografía distinta.
Los charcos que se forman parecen los de un aniego controlado y uno no puede arruinarse los zapatos como ocurre con todas las lluvias decentes. Nuestros sobretodos de orígen ultramarino, por otra parte, están destinados a hacer un papelón.
Hace un cuarto de siglo llovió en serio en Lima sin que ningún Noe morara entre nosotros, ciudad perdida. Qué susto el de aquella noche en que el cielo se desplomó.
Pero esa lluvia de verdad no fue parida con truenos y relámpagos. Qué desazón. Si tal hubiera ocurrido los limeños habríamos pensado en el fin de los tiempos. Lo digo porque como hombre de estas tierras nunca dejo de sentir verdadero pánico cuando estoy bajo un cielo extraño y llueve y truena. Es como si Dios hablará, no de modo tranquilo, sino terrible, como un Júpiter iracundo.
En Lima nunca habrá truenos, siempre habrá silencio en las alturas. Nuestro azul es mudo,tímido, a veces hosco. Tampoco es concebible, ni aún en estos tiempos de "efecto invernadero", cuando el clima parece enloquecer, imaginar que en Lima pudiera nevar.
Si en Lima nevara, los gallinazos hablarían.



¿POR DONDE LA ENTRA EL AGUA AL COCO?
Carlos Orellana
Entre los incontables dichos que he escuchado en mi vida el más profundo, gracioso y original salió de la boca de un cubano: "el asunto es saber por dónde le entra el agua al coco".
Efectivamente, tanta agua tiene que haber ingresado por algún lado y si eso lo tienen claro los agrónomos y los biológos, es un gran misterio para cualquier cristiano que no lo sea. Y ya, para un lego constituye gran conocimiento y sabiduría, digna de un verdadero zahorí, saber por dónde es que este fruto, cuya corteza es un verdadero blindaje, ha tomado la aguita que llamamos aguita de coco.
Es una ingeniosísima imagen para referirse a el quid, es decir la esencia, la razón o el porqué de una cosa.
Otros dichos, igualmente ingeniosos trasuntan malicia o mala fé. Por ejemplo cuando alguien quiere poner en duda la honorabilidad de un contable o un cajero que le cae antipático suele decir " Por donde agua corre, humedad queda".
Mas benigno es el dicho " Donde camotes se asaron, cenizas quedaron". Lo he escuchado cientos de veces referido al sentimiento amoroso superstite.
Hay dichos más elementales y que sirven para evitar llamar a las cosas por su nombre. No decimos que alguien está loco o chalado; preferimos decir que tal individuo tiene los "chicotes pelados" o le falta "un tornillo". De un país a otro el dicho varía, siendo igual el objetivo: en Chile si un sujeto tiene conducta incoherente se dice que tiene "las tejas del techo movidas".
En realidad estos dichos poseen algo de benignidad puesto que los chicotes pelados pueden cubrirse con cinta aislante, el tornillo que falta reponerse, y las tejas colocarse en su debido lugar. La locura es, pues, o transitoria o reparable.
Un dicho que es una crítica áspera a la muy limeña y clasemediera costumbre de aparentar lo que no se tiene, ocultando muy bien las reales necesidades es este: "Por arriba flores, por abajo, temblores". Preciso, malévolo. Cuantas veces la ropa cara de nuestra clase media, el afán de figuración así expresado, tiene el altísimo costo de una sopa rala o un pan menos.
Por ahí va "Candil de la calle, oscuridad de su casa", fabricado para retratar a esos fulanos que controlan el gasto en casa, pero se muestran magnánimos y botaratas con los amigos o las amiguitas.
En fin todo coco tiene su agua y su truco.

EL ESTEREOTIPO DEL ARGENTINO
Carlos Orellana
Seamos totalmente sinceros: los argentinos no son populares en este planeta. Eso me parece totalmente injusto puesto que el argentino no es solo el porteño y no todo porteño te dice de entrada "Ché, ¿la moves o la moves?"
El asunto me interesa en su dimensión sociológica: ¿Que han hecho determinados argentinos para que en todas partes se tenga una imagen tan desfavorable del argentino? Repito: se trata de un esteoreotipo y por lo tanto de una generalizaciòn totalmente abusiva que, personalmente, rechazo.
Algunos porteños,¿eh?, algunos porteños carecen del sentido de la oportunidad y de lo que podríamos llamar sentido del contexto o piso en el que se mueven. Se están manejando siempre como parisinos en Timbuctú, actuan como si hubieran inventado la pólvora, el agua hervida y los buenos días y como si vender piedras pintadas fuera el único negocio del mundo. Pero en todas partes hay gente despierta y allí empiezan los problemas.
Por eso a partir del conocimiento y trato de algunos argentinos que no son todo lo simpáticos y modestos que uno quisiera prospera la generalización y el prejuicio. He escuchado por ejemplo observaciones de este tipo: "¡Que bonitas son las reuniones donde no hay un argentino!"
Un argentino verdaderamente genial y beneficiario de mi eterna admiración, el gran Roberto Artl, retrató, o mejor dicho fichó con gracia, pero asimismo con severidad, a una serie de personajes de Buenos Aires, no precisamente encomiables, en sus Aguafuertes Porteñas, para demostrar que el gran país que es Argentina nada tiene que ver con algunos argentinos. En todas partes se cuecen habas.
Argentina es un gran país, lo repito, no solo por su riqueza material -hasta 1930 fue uno de los diez grandes del mundo y hoy se encamina, nuevamente, al ranking- sino por su riqueza cultural. Y hablamos de Borges y de Cortazar, de Molinari y Ginastera, de su infraestructura editorial y su vida literaria, de sus científicos.
Todas estas realidades son apenas conocidas y muchas de ellas opacadas por el estereotipo más común del argentino: un patita avivato, con buena pinta, mejor pilcha, que se las manya todas y te chamuya de lo lindo pensando siempre, ¿viste? en como sacar mejor partido en un lugar donde hay harta oportunidad para salir de misio, o misho, como decía Artl, en auténtico lunfardo.
Vayamos acabando con este estereotipo.


LOS OBJETOS
El destino de un objeto es totalmente azaroso, como el de un hombre. ¿Por cuántas manos ha pasado ese jarrón de Sevres o ese cenicero Art Decó o ese oleo de Humareda? Esos tránsitos algunas veces han sido lógicos: de un coleccionista o otro coleccionista, de una pasión a otra pasión, de una manía o otra manía. Pero a veces, no.
Un sofá Biedermeyer, conservadísimo, termina en el estudio de un abogado, sin mayor interés por el arte, a cuenta de servicios profesionales, casi embargado. Con los años acaba despanzurrado y mugriento. Al fin alguien, que sabe de mobiliario fino, lo adquiere y reivindica.
Cuando uno ingresa a una casa de antiguedades se encuentra con un sinfin de objetos que permanecen en un cierto limbo. Lejos de sus antiguos dueños, aquellos esperan que otros ojos, otra codicia, los reclame, los posea. En realidad el propietario de este establecimiento es una suerte de guardián de los objetos y nada más. No los ama, ni los desea, simplemente son para él una cifra que puede ser menor o mayor; mejor que sea la más alta.
A un mercado persa como Tacora llegan a veces objetos valiosos por obra de la ignorancia extrema o porque fueron sustraidos de su legitimo dueño. El azar hará que el señor X, y no el señor Z, se encuentre con esa silla vienesa o esa colección de frascos antiguos de una droguería de principios de siglo.
Nos tranquiliza la certidumbre de que poseemos a los objetos. Pero,¿por qué no pensar que ocurre lo contrario? Nuestra curiosidad, o peor aún nuestra codicia, nos hacen girar en torno a ellos. En cambio la impaciencia de los objetos no existe. Mientras que para el hombre el tiempo, como quería Bergson, es duración, para los objetos no es sino tiempo-tiempo. Los objetos están más cerca de la eternidad que nosotros. Quizá por eso ellos nos posean y no al revés.
Si esto es así, podría acaso ocurrir que no soy yo el que salgo a buscar tesoros en la cachina, sino los objetos los que esperan, como las plantas carnívoras un insecto, el que yo clave mi mirada en ellos. Luego formaré parte de la colección de hombres que cada objeto posee. Al morir yo el objeto tendrá otro dueño y quien sabe de qué tamaño será su colección y que tan rica en personalidades y sensibilidades humanas.

UNA DE VAQUEROS

Los cowboys o vaqueros llenaron de fantasía nuestra infancia. Estos personajes estaban ligados por un lado al auge del comic y por otro al inicio del cine. Recuerdo a un vaquero antediluviano citado por unos tíos míos que se llamaba Tom Mix. Sólo supe que era un valentón, muy efectivo en el uso del revólver como todos sus congéneres, es decir un predecesor de Hopalong Cassidy, Roy Rogers y el Llanero Solitario entre otros.
Hopalong Cassidy tenía el pelo blanco como un conejo y llevaba un traje oscuro, elegante para un vaquero, que en definitiva no debía ser sino un arreador de ganado en las vastas praderas del Far West. Debía, pero no era; lo que en realidad venía a ser era un justiciero, un fulano que se compra pleitos ajenos de puro buena gente. Esta clase de tipos, tan escasa en el mundo real, se convertía rápidamente en objeto de admiración no sólo de chicos sino de grandes.
Nunca he llegado a comprender por qué Roy Rogers era medio chinito siendo un gringo completo. Pero explotó su fama al máximo -hay una cadena de establecimientos de fast food en EE.UU. que lleva su nombre- como vaquero.
El Llanero Solitario,su caballo blanco, su fiel Toro, sus balas de plata era una leyenda. Tampoco llegué a entender por qué este caballero, sin ser pariente de Camusso, usaba balas de un material tan noble. Las muertes le saldrían carísimas.
Todo cowboy que se respete tenía su "muchacha", su hembrita, a la que debía mantener constantemente asombrada por sus hazañas y dispuesta a dejarse besar al final de la historia. Sin muchacha no había película ni héroe o "jovencito".
Las aventuras del Oeste llenaron de fantasía nuestras vidas, pero también de acción. En un mundo dominado por tales héroes ningún niño dejaba de tener un revólver de juguete, una cartuchera,un sombrero, una estrella de "marshall" para representar cientos de veces escenas vistas en las películas y luego en la televisión.
Con el tiempo el mundo de los cowboys entró en decadencia, como todas las cosas de esta vida. Ninguna frase pudo resumir mejor este estado que aquella que ponía en duda cualquier asomo de verosimilitud en las hazañas del Oeste: "¿Ah, sí? Ahora cuéntame una de vaqueros". Es decir una coboyada es un gran dedazo.
Fue el acabose: el mundo vaqueril quedó confinado a la pupìla infantil, aquella que se traga cualquier ingenuidad y le da visos de verdad con la mayor facilidad del mundo.


LAS GRESCAS Y LAS GUERRAS
El otro día fui sacudido en la madrugada por una gresca en la puerta de mi domicilio. En el entresueño apenas pude percibir la magnitud del suceso: improperios, gritos, ruidos diversos se entremezclaron en un primer instante con el material onírico.
La duermevela se interrumpió bruscamente y corrí hacia la ventana. Un auto aparcado, dos muchachos forcejeando y una muchacha contribuyendo a dramatizar aún más la escena con gritos destemplados. Uno de los jóvenes trataba de sacar por la fuerza a un tercero del vehículo para pegarle; él otro trataba de impedir la agresión y hacía denodados esfuerzos por controlar al exaltado.
El que se negaba a afrontar un pugilato tendría sus motivos. Se vería a sí mismo como físicamente disminuido, o escasamente preparado para un combate cuerpo a cuerpo. Empero desde el interior del auto, extrañamente, continuaba azuzando al rabioso con mentadas de madre.
Era el imperio de la adrenalina y la tensión producida era contagiosa. Desde mi ventana misteriosos resortes me empujaban a la calle. Comprendí, entonces, la actitud de algunos animales, por ejemplo los perros, cuando se involucran en peleas ajenas, ya iniciadas. La violencia es una hermosa hoguera irracional a la que uno siempre, como animal, está dispuesto a alimentar con buena leña.
No importaba quien tuviera la razón, por lo demás nunca supe como se había iniciado la gresca, pero la sangre hervía de entusiasmo guerrero y si no fuera porque el hombre es también un animal racional hubiera corrido a la calle a intercambiar trompadas y puntapies.
Entre grescas y guerras no hay más que una diferencia de grado. En ambos casos se pone en funcionamiento un mecanismo monstruoso que nos emparenta con el lobo, el tigre, el tiburón o el cocodrilo. La hostilidad iniciada debe gastar cierta energía negativa y en consecuencia no para hasta que ello ocurra.
La violencia en Chechenia, en Medio Oriente o en cualquier parte del mundo se nutre de esa energía que no podemos controlar. Los argumentos de todo tipo -ideológico, religioso, patriótico- que pretenden encubrir la necesidad de destruir o suprimir al vecino que no toleramos porque no piensa como nosotros, son envolturas con hermosa apariencia, pero solo envolturas.


SOBREVIVIR EN EL JIRON DE LA UNION
Todo el jirón de la Unión que ayer servía a nuestros abuelos como "pasarela" para exhibir sus mejores trajes, corbatas y sombreros, ante recatadas damitas, y que por lo tanto olía a agua de Colonia, huele hoy a aceite rancio, o mejor dicho a grasa de chicharronería de suburbios.
Valdelomar, con su bastón de malaca, sus guantes de color amarillo patito, si viviera, hubiera sufrido un soponcio de haber atravesado esa porquería de calle a las once de la mañana. Su pituitaria habría colapsado con los hedores provenientes de algunos restaurantes y cafes que sobreviven gracias a la corrupción municipal.
Este no es un comentario exquisito que pondera a la Belle Epoque o la República Aristocrática, al Palais Concert o al "Broggi" de los años diez, sino una pequeña y justificada indignación ante una realidad lamentable: la tugurización material y cultural del Jirón del Unión.
Las soluciones vienen a veces de donde uno menos piensa. Esta vez vienen del Mercado. Y debo reconocerlo, porque no soy liberal: Dios me libre de serlo.
Pero al parecer ha empezado un proceso que podría terminar con los cuchitriles y pocilgas con licencia para causar úlceras, cirrosis e intoxicaciones. De la noche a la mañana, y como expresión cabal de los nuevos vientos económicos que recorren el país, surge en pleno jirón de la Unión una sucursal de la famosa cadena de fast food "X". Este establecimiento ofrece, en un local moderno, limpio, porciones de pollo crocante a precios que hacen imposible la competencia. Todo está previsto, desde la sonrisa de la cajera hasta la servilleta y los envases para gaseosa con tapa y cañita.
¿Cómo podrán competir con "X" esos negocios que no tienen ningún respeto por los clientes, que llegan al extremo de barrer el piso cuando uno come o sacar la basura por la puerta principal? Esos negocios que no tienen el mínimo control de calidad, que venden comida del día anterior, y que ponen a un sujeto malencarado frente a sus locales para que anuncie a gritos las ofertas del menú diario.
Es triste para ellos: se enfrentan desarmados a una tecnología de punta. Algunos, solo algunos, van a sobrevivir a esta feroz competencia. Serán los más listos, los que empiecen a aggionarse de veras, es decir no sólo a cambiar la decoración de sus locales, sino la manera de pensar.
A lo mejor dentro de algún tiempo se podrá caminar de nuevo por el Jirón de la Unión.


DECALOGO DEL POLITICO PERFECTO
Si usted está interesado en dedicarse al oficio más antiguo del mundo, me refiero a la política, le aconseje tome en cuenta este modesto decálogo:
1.No se pelée con nadie porque de esa manera siempre le será más fácil entenderse con sus adversarios, incluso los más encarnizados.No olvide nunca que la política es un carrusel y usted está encima de él.
2.Diga la verdad sólo si lo torturan o cuando usted crea que puede reportarle beneficios políticos.
3.Aún cuando tenga dolor de estómago o cálculos renales sonría; no deje que las cámaras de televisión lo ponchen con gesto adusto. Si no toma esta precaución luego, cuando sonría de verdad, van a pensar que usted es un condenado hipócrita.
4.Lo último no significa que no deba indignarse metódicamente, especialmente si otros se han indignado antes que usted ante medidas que pueden ser consideradas impopulares. Nunca pierda una oportunidad así.
5.Lo mejor para la salud de un político es estar en la oposición, por ridículo que esto pueda parecer, pues se tiene la ventaja de poder críticar con toda libertad y soltura. Es como jugar a destrozar una vidriería sin el temor a tener que pagar por este hecho.
6.Pero si usted está en el gobierno no deje de hacer algunos ejercicios de crítica de vez en cuando para ganarse algunos aplausos. Luego puede rectificarse, pero se queda con los aplausos.
7.No pierda la ocasión para retratarse con gente importante o popular: la gente siempre piensa que hay una amistad de por medio y eso conviene.
8.Nunca camine sólo, siempre hágalo con gente que le escuche o siga atentamente. Dése importancia. Nada más triste que un político solitario. Por lo demás siempre encontrará ayayeros o aúlicos dispuestos a invertir tiempo y halagos en usted.
9.Siempre hable del futuro y nunca del pasado, no vaya a ser que alguien le recuerde algo feo.
10.Escuche con paciencia a los demás, especialmente a sus futuros electores. Nunca hable mal de la democracia, aunque tenga ganas de hacerlo. Es como si hablara mal de su madre.

LA BUSQUEDA DE DIOS
Todos buscamos a Dios, incluso los descreídos. Quizá por eso Sartre decía que si Dios no existía había que inventarlo. Cierto, la necesidad de una inteligencia muy superior a la nuestra, capaz de hacernos sentir más cómodos y seguros sobre la Tierra es poderosa. La fe se asienta, por eso, en un requerimiento lógico: una explicación para nuestra propia existencia y la de los astros que alumbran el día o hermosean eso que se llama noche.
Sobre esta, la primera de las necesidades humanas se ha montado desde tiempos inmemoriales un gran negocio: el de los sacerdotes. Hay tres mil religiones en el mundo y a pesar de que unas son más importantes que otras por el número de adeptos todas han tenido un mismo modesto orígen: nuestro miedo animal.
Borges decía que para entretenerse podía inventar una religión.
Marx, como sabemos, comparaba a la religión con un estupefaciente y no andaba descaminado porque en gran medida el atraso de muchos pueblos tiene que ver con ese conformismo aniquilador de voluntades que pueden inocular religiones como el catolicismo o el hinduismo.
En El Decamerón hay un relato que trata de un judío que se convierte al cristianismo en una época en la que Roma estaba más cerca de Sodoma que del cielo. Y lo hace porque admira la constancia y solidez de la fe de su amigo, conocedor del estado moral de la Iglesia en esos tiempos, pero cristiano terco y esperanzado a pesar de ello.
Ante mis críticas muchos amigos católicos se han mostrado igualmente tercos a pesar de la decadencia del cristianismo y del catolicismo, pero yo soy más terco aún en mis convicciones.
He pensado siempre que si hay lugar donde nunca estará Dios es en las naves de las iglesias, en el sahumerio y el rezo de las viejas beatas o peor aún cerca de las sotanas. Tampoco he concebido a Dios como un animal herido en el lazo. La metáfora no es mía, es de Rilke.
A Dios, en mí fe personal, lo encuentro en todos los signos de la vida: en el niño que llora y reclama una leche aguada de mano de su madre, la vendedora de hortalizas en el mercado. En la anciana semidesdentada que come una simple empanada de queso como si fuera el más extraordinario y delicioso bocado del mundo, en la prostituta que llora su pecado honestamente, en el más encendido y libidinoso abrazo de los amantes.
¿En que otro lugar puede encontrarse un Dios de la Vida?


CHICAS QUE VENDEN
Usted, amable lector que tiene el privilegio de movilizarse en coche propio, se topa seguramente todos los días con jóvenes mujeres que venden gomas de mascar, chocolates, o bolígrafos en las intersecciones de las grandes avenidas. Amparadas en una luz roja que dura un par de minutos estas muchachas, algunas de ellas bastante agraciadas, le ofrecen estas chucherías y usted alguna vez compra si tiene a la mano una moneda.
Este tipo de venta en la que la oferta formal y normal se entremezcla con el ruego o súplica para finiquitar la transacción promueve a veces conductas masculinas equivocadas y reprobables.
Algunos clientes no pueden imaginar que una chica agradable, con todas las características de una "hija de familia" pueda ganarse la vida honradamente de este modo. "Es un pirobo", piensan; es decir una chica que se "recursea", utiizando la "pantalla" de la venta de golosinas. Craso error.
Estas muchachas en verdad están trabajando y si alguna de ellas escamotea su verdaderas intenciones en este tipo de actividad, no es sino la excepción de la regla.
Hoy en el Perú, como en otras latitudes, los dueños de grifos, pizzerias y otros establecimientos han optado por la contratación de personal femenino. Este, para atraer a la clientela masculina usa hot pants o blue jeans ceñidos. No nos escandalicemos: es un recurso publicitario como cualquier otro a condición de que no se caiga en lo grotesco.
Por otra parte en la temporada de verano algunos muchachones que parecen strippers utilizan "sus encantos" para vender cerveza en lata y artículos playeros a la clientela femenina de las tres y cuatro décadas. Y cómo dicen los chiquillos de hoy:"normalazo" el que las féminas se pongan nerviosas ante tan sugerentes vendedores.
La modernidad también tiene que socavar ciertos prejuicios y actitudes sexistas que llevadas más allá de lo razonable constituyen agresión sexual.
Es probable que nunca sepamos de una respetable señora de 45 años, madre de 4 hijos propasándose con un mozalbete que vende sánguches de pollo en la playa, pero nada de extraño tiene en estos días oir o leer que hombres de edad madura hacen lo mismo con muchachas que solamente están ganándose honradamente la vida.
Lo que no quiere decir, queridos lectores, que las mujeres sean más decentes que nosotros, sino que se reprimen más y mejor. Palabra de macho.

LOS MOZOS
Hay que hacer algo para que los mozos de los restaurantes y cafes del Perú, me refiero a la mayoría, sepan que su trabajo no es un trabajo cualquiera. Sólo en muy pocos establecimientos comerciales dejan de ser servidores de ranchos castrenses y actuan como auténticos camareros, prestos a atender como es debido a la clientela. Quienes más sufren no son los nacionales sino los turistas, acostumbrados a un trato totalmente distinto.
Y es que en el Perú no sólo se improvisan la mayoría de los mozos, sino también los dueños de negocios del giro del que venimos hablando.
Mientras en otros lugares al parroquiano lo miman, le preguntan si desea la carne cocida a 3/4 o 1/2, con una guarnición especial, le recomiendan un vino, un postre, en nuestro país por lo regular los mozos no sólo se ahorran cualquier indagación amable al respecto sino que ponen una cara terrible, de desgano, indiferencia, sueño. Es gente que detesta su trabajo, que lo considera, probablemente una ocupación provisional, un purgatorio en la tierra.
Ahora pienso en un camarero ideal, aquel que puede quitarle al extranjero la idea de que somos los peruanos gente ruda, semisalvaje, prepotente y maleducada. Este tiene que ser un hombre bien peinado y aseado, con camisa y saco inmaculados, uñas impecables. No debe llegar a la mesa después de un cuarto de hora, sino lo más rápido que pueda, y al hacerlo debe saludar con alegría, con afecto, quizá, si es elocuente, expresar una bienvenida.
Nunca debe apurar al cliente; ser condescendiente con los errores o falta de información de quien atiende. Si no puede responder por un detalle dirá que consultará al maitre o al administrador.
Un detalle fantástico es preguntar luego de cada plato si este satisfizo al comensal, si todo está bien. Con los niños hay que ser particularmente delicados: a veces se pondrán majaderos o querrán repetir el postre. El mozo debe tener paciencia y mejor aún, ángel.
La cuenta nunca debe traerse sino cuando el cliente lo solicita, lo contrario significa que queremos que desocupe la mesa para que otro la ocupe. Esta es la peor de las torpezas.
Bueno, basta con los mozos. A los dueños una recomendación: no agarren con palo al cliente y mejoren la comida. El mejor negocio es el que se hace siempre, no el que se hace una vez.

SU MAJESTAD, LA TIJERA
La tijera, esa noble herramienta, sin cuya existencia tendríamos que arrancarnos los pelos con las manos, o cortar fardos de tela a cuchilladas, siempre ha sido vista como el instrumento por antonomasia del sastre o del peluquero. Y no es así.
Este ingenioso artilugio, inventado quien sabe cuando y por quien sabe quien, tiene múltiples usos que benefician a muchas profesiones. Lo utiliza el cocinero para descoyuntar aves y el cirujano para cortar allí donde el bisturí se queda corto.
Más aún: Se usa en algunas profesiones que al parecer poco tienen que ver con melenas, telas o tripas, como es el caso del periodismo. Sí, señores.
Muchas erudiciones y estilos prestigiosos le deben a la tijera más que a lolibros y a una dilatada experiencia de redactor. Y que lo digan esos colegas que pueden escribir sobre cualquier tema con una soltura de enciclopedista. Y no es que no existan periodistas cultos, con una manejo envidiable de la prosa. Lo que ocurre es que entre col y col, lechuga.
El uso de la tijera en el periodismo cuando se vuelve una costumbre no puede desarraigarse. Y es así como a menudo se "voltean" textos e ideas ajenas para pasarlas como propias, con una frialdad conmovedora.
Lo más natural del mundo para el periodista tijeretero es cortar o arrancar páginas de revistas europeas, traducirlas si están en otro idioma, y cambiarles la redacción. Total, nadie se va a dar cuenta porque las públicaciones son pasadas y de circulación muy restringida en el medio. El crimen perfecto.
Pero no hay crimen perfecto porque cualquier día, el menos pensado, alguien descubrirá el asombroso parecido entre el artículo de Fulanito y uno que apareció hace tres años en una revista alemana.
Hay tijereteros que son archiconocidos, recontramanyados. Probablemente algunos de ellos no saben que han sido descubiertos y que sus sesudos artículos no se leen como si se leyeran textos normales. El lector prevenido se detiene a menudo y va exclamando cada cierto tiempo: "Pero, claro si este pelmazo no sabe ni jota de química"; "Cierto, esto es algo que este cretino no conoce".
Y las tijeras tienen dos ojos, pero no saben lo que hacen.

GORILA DE SIERRA
Increíble la capacidad y disposición de los peruanos para poner apodos o motes. Nuestro humor, si tal existe, gira en torno al sobrenombre.
Desde la escuela primaria necesitamos rebautizar a la gente y hay quienes terminan siendo conocidos por denominaciones irrespetuosas, irreverentes, antes que por su propio nombre.
Los defectos físicos, los modos de ser, nombres y apellidos son el pie para los apodos más imaginativos, y a veces más crueles.
En la secundaria, en el instituto, la universidad, el centro laboral tampoco pasan inadvertidos aquellos que se distinguen por tener una cabeza enorme, tartamudez o cualquier rasgo de la personalidad susceptible de ridiculizarse.
Se dice que la ociosidad es madre de todos los vicios; lo es también de todos los apodos. Allí donde verdea la holganza, florea la chapa.
Por lo regular la chapa no es del agrado de la víctima. A nadie le gusta que le digan "Pecho de buque" o "Cabeza de camote", pero lo más sensato es resignarse y no hacer olas.
Los políticos lo saben y por eso, incluso, sacan ventaja de los sobrenombres. "Tucán", "Popy", "Lechuzón", "Frejol", entre otros son apodos a los que sus propietarios le han sacado harto provecho.
En pocos casos el mote se convierte en un verdadero insulto y un real agravio, casi siempre es simplemente un recurso para generar un espacio de confraternización y camaradería a partir de la broma y el chiste.
En el apodo hay una sicología profunda que pone en evidencia aspectos de la realidad de los que no nos percatamos a menudo. Recuerdo un mote extraño: "Gorila de Sierra".
Este sobrenombre le fue encajado a un corpulento estibador puneño, dueño de una asombrosa fuerza física y vitalidad, y de un caminar medio simiesco. Nadie se imagina un gorila andino y de allí, de la sorpresa de ver asociados gorila y Ande, la carcajada.
El apodo debe ser preciso y contundente, inmejorable. Haber dicho "Gorila de altura", no era tan gracioso y eficaz. Pues bien, nuestro "Gorila de Sierra" terminó contento y orgulloso con su "chaplín" que por una de las leyes de la linguística, la ley del menor esfuerzo, quedó convertido en "Gorela".
"Gorela", buenísimo, nunca se molestó porque dejaran de llamarlo con su nombre de pila, pero eso sí, aclaraba siempre: "Gorela, pero de Pona, huivón".