domingo, 22 de junio de 2008

Amar sobre ruedas


Hace algún tiempo ví en un programa televisivo nocturno un reportaje sobre las parejas que van en carro a la Costa Verde a practicar sexo. Me preguntaba cómo es posible que haya tan poca imaginación en la TV. Los mismos asedios idiotas a las parejas y a los vigilantes de las playas, las mismas preguntas bobas de siempre. La gente quiere ver acción, algo fuera de lo común, no seudo audacias de reporteritas que lo único que pueden pescar allí es un resfrío. El guante que le caiga también al manganzón o manganzona de la productora que nos quita tiempo con algo tan aburrido como una cámara que pretende fisgonear, pero que no hace otra cosa que molestar a los jóvenes y no jóvenes, en su sana y legítima expansión amorosa.
¿Por qué con tantos hostales –de precios para todos los bolsillos- las parejas se arriesgan a hacer el amor en la playa, corriendo el riesgo de ser asaltados por depravados o la televisión imbécil ? Bueno, para empezar, creo yo, está el asunto del tiempo y el apuro, luego el temor a ser identificados y, finalmente, ese secreto sabor a travesura, a ludismo, que supone sacarse la ropa íntima en un carro. Es decir, mezcla de exhibicionismo mínimo y desenfado máximo.
La incomodidad del carro es muy placentera, muy cómplice, muy excitante. El ruido inevitable del exterior, la sal marina raspando nuestras narices frías elevan la libido. Luego la recompensa de lo cálido y lo húmedo, nos elevan a un nirvana de octanajes. ¡Miren como se mueve el auto! exclama la reportera fronteriza. Claro, pues, si adentro se produce la más emocionante batalla de la humanidad, la batalla de los sexos contrarios.
Como ustedes comprenderán, se produce un paréntesis, un estarse fuera de la galaxia, cuando la pareja está unida en esta cópula al paso. Entonces se olvidan de que están en un automóvil en la Costa Verde. Luego viene el orgasmo, el desmayo de los músculos, la derrota del macho y recién en ese momento se dan cuenta que han hecho el amor en un lugar inadecuado. Más tarde hacer que el papel higiénico haga milagros, que el olor del amor se desvanezca, cosa imposible de lograr, y que, como dice la canción, no quede huella.

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