Alguna vez, en busca de una frase que resumiera -como hace el relámpago con la luz- la vida sabia, me topé con tres palabras muy simples y modestas. Eran el título de un libro de poemas: “Dare e avere”, título que fácilmente podemos trasladar al castellano como “Dar y tener. He allí la suma del vivir bien, del existir con sabiduría. Su autor, un poeta sabio, un humanista de estos tiempos deshumanizados y deshumanizantes : Salvatore Quasimodo.
Que sea italiano, como Eugenio Montale, que en medio del fragor de la guerra, y de la peste del fascismo, pudo encontrar para la poesía un lugar entre el olor de los limones y el esplendor solar; o como Giuseppe Ungaretti, que escribió inigualables versos de solidaridad humana, no me asombra. Así son , por lo general, los italianos: malos soldados -para desgracia de cerdos como Mussolini- pero buenos hombres , amantes y esposos.
¿Y a cuento de qué viene todo esto? A que recordaba también la historia de una masacre nazi en la plaza de una pequeña ciudad italiana, masacre de la que fue testigo una niña que treinta años más tarde sería mi “profesorezza” en el Istituto Italiano di Cultura. En las palabras de la madura, pero bella Carla ( hablaremos en otra ocasión de la belleza otoñal de las italianas) no percibí odio contra los alemanes que vestían el uniforme del Tercer Reich, sino una sobria repugnancia hacia los bárbaros. Es lo que en medio de una hermosa afirmación por la vida, volví a percibir en la “Vita e bella”, el extraordinario filme de Roberto Begnini.
Por eso no me asombra que el querido Quasimodo haya escrito “Dare e avere”. Para ser medianamente feliz, que es la única forma posible de ser feliz, hay que saber dar , y es aquí donde entramos a los territorios de la generosidad, la solidaridad, la compasión.
Dar, sin embargo, se ha ido convirtiendo en el verbo de la utopía. Tener, poseer, acaparar, ambicionar, despojar son verbos de mayor vigencia gracias al virus del exitismo , que como una influenza del alma arrasa con los más jóvenes. Lo veo en mis hijos mayores y en sus amigos que piensan que la solidaridad solo es compatible con los Traperos de Emaús o las hermanitas de la caridad.
Pero toda vida, para ser equilibrada, productiva y digna, debe procurar, asimismo, satisfacciones personales. Dar, pero también tener, poseer los buenos bienes de la tierra: una mujer de cálidas piernas, hijos que crezcan como álamos, un seco de cordero con la vieja receta familiar (donde no debe faltar la naranja agria) , y los libros que amamos. Alguien dirá y qué de la casa campestre o la de playa, y qué de eso que llaman poder.
Bueno, uno puede tener todo aquello, siempre y cuando conozca los límites de cada cosa, porque como dicen, no los italianos, sino los chinos: un hombre puede poseer diez mil acres, pero duerme en una cama de dos metros. Y agregaría: y se duerme para siempre, en otra de similar medida.
Que sea italiano, como Eugenio Montale, que en medio del fragor de la guerra, y de la peste del fascismo, pudo encontrar para la poesía un lugar entre el olor de los limones y el esplendor solar; o como Giuseppe Ungaretti, que escribió inigualables versos de solidaridad humana, no me asombra. Así son , por lo general, los italianos: malos soldados -para desgracia de cerdos como Mussolini- pero buenos hombres , amantes y esposos.
¿Y a cuento de qué viene todo esto? A que recordaba también la historia de una masacre nazi en la plaza de una pequeña ciudad italiana, masacre de la que fue testigo una niña que treinta años más tarde sería mi “profesorezza” en el Istituto Italiano di Cultura. En las palabras de la madura, pero bella Carla ( hablaremos en otra ocasión de la belleza otoñal de las italianas) no percibí odio contra los alemanes que vestían el uniforme del Tercer Reich, sino una sobria repugnancia hacia los bárbaros. Es lo que en medio de una hermosa afirmación por la vida, volví a percibir en la “Vita e bella”, el extraordinario filme de Roberto Begnini.
Por eso no me asombra que el querido Quasimodo haya escrito “Dare e avere”. Para ser medianamente feliz, que es la única forma posible de ser feliz, hay que saber dar , y es aquí donde entramos a los territorios de la generosidad, la solidaridad, la compasión.
Dar, sin embargo, se ha ido convirtiendo en el verbo de la utopía. Tener, poseer, acaparar, ambicionar, despojar son verbos de mayor vigencia gracias al virus del exitismo , que como una influenza del alma arrasa con los más jóvenes. Lo veo en mis hijos mayores y en sus amigos que piensan que la solidaridad solo es compatible con los Traperos de Emaús o las hermanitas de la caridad.
Pero toda vida, para ser equilibrada, productiva y digna, debe procurar, asimismo, satisfacciones personales. Dar, pero también tener, poseer los buenos bienes de la tierra: una mujer de cálidas piernas, hijos que crezcan como álamos, un seco de cordero con la vieja receta familiar (donde no debe faltar la naranja agria) , y los libros que amamos. Alguien dirá y qué de la casa campestre o la de playa, y qué de eso que llaman poder.
Bueno, uno puede tener todo aquello, siempre y cuando conozca los límites de cada cosa, porque como dicen, no los italianos, sino los chinos: un hombre puede poseer diez mil acres, pero duerme en una cama de dos metros. Y agregaría: y se duerme para siempre, en otra de similar medida.
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