martes, 17 de junio de 2008

Viaje a China (17/6/2008)


A quien camina por Paruro o Capón, y frisa medio siglo, inevitablemente lo asaltan las imágenes del Barrio Chino en todo su esplendor, allá a mediados de los cincuentas. Cocinerías y pulperías por doquier, y en el aire la franca sonrisa mercantil, el español torturado por el cantonés. Hoy, comenzado el nuevo siglo, esto un dato de la historia o una anécdota para entretener nietos aburridos.
Otros barrios populares de esa Lima ya ida, albergaban infinidad de increíbles almacenes de ultramarinos y productos nacionales, todo tan bien ordenadito, tan amigablemente bien dispuesto tras mostradores o vitrinas altas como órganos de catedral. En las pulperías chinas uno podía encontrar desde vino hasta lumbre.
El chino del barrio era un personaje querido, simpático, pero extraño, forastero, a menos que se casara con una peruana y lanzara al barrio algunos injertitos. Como se mantuviera en el círculo de sus connacionales, proyectaba el halo de definitivo misterio que suelen proyectar todos los orientales en estas tierras. De niño estaba yo casi seguro que tras la trastienda había un mágico túnel o corredor por donde se llegaba a China. Los pulperos del barrio iban a dormir a ese lugar al cerrar la tienda y al día siguiente, a las seis de la mañana, regresaban al Perú a vender.
Uno de los expedientes más socorridos de mi madre cuando me portaba mal, era acusarme con Juan, el chino de la esquina. Este me miraba fijamente, fingiendo reprobación, y luego me espetaba: “Si tu poltal mal, yo capal”. La amenaza que venía de ese hombre alto, flaco y de ojos rasgados no la tomaba a broma: un frío mortal recorría mi pequeño cuerpo de la cabeza a los pies. La razón de este miedo infantil era el conocimiento de la destreza de Juan para usar un filudísimo cuchillo con el que cortaba , con pasmosa rapidez, chancho asado o algún embutido.
A veces Juan me descubría observando la operación de corte y me enviaba de soslayo una sonrisa maligna, que yo interpretaba como una suerte de aviso prejudicial.
Lo más extraño de los chinos sin duda era su enrevesada lengua. Cuando conversaban entre ellos yo me quedaba embobado, tratando de explicarme por que Dios había sido tan cruel con esta raza y en vez de darle un lenguaje humano como el nuestro, le había proporcionado para su comunicación un sistema de sonidos complicado y feo.
Cuarenta años más tarde, me encontraba en un bus que recorría la ciudad de Beijing. Por un túnel distinto al de la trastienda había llegado al país de Juan. Mientras conversaba con otro peruano, en mi fresco español de Chacra Colorada, constataba el asombro enorme de una niña china de 8 o 9 años. Tenía la boca abierta y seguramente pensaba con tristeza en nosotros los hispanohablantes, hombres de palabras que se arrastran, sin la lógica, ni la eufónica belleza de los monosílabos de su lengua materna.

3 comentarios:

Harold S. Alva Viale dijo...

Te felicito por el blog, Poeta.

patty dijo...

Carlos

Lo máximo el blog, y tu perfil muy a tu estilo, muchos éxitos y desde ya soy tu fan 1

Oscar Mejía Orellana dijo...

Estimado amigo, felicitaciones...un abrazo
Oscar